Durante estos días de lluvia suele sucederse en las calles de las ciudades uno de esos episodios que a nadie deja indiferente. Sobre todo por las consecuencias del incidente.
Es fácil encontrarse en épocas de lluvia, entre las aceras de las calles, alguna baldosa que no está correctamente fijada. Es una de esas baldosas que no sobresale, que conserva su posición original, pero que con el paso del tiempo ha perdido la materia de sujeción y permanece sobre el suelo sin inmutarse. ¿Quién lo haría en su situación? No el ayuntamiento, desde luego.
¿Y qué es lo que pasa con esas baldosas? Pues que son como las minas antipersona. No es que yo haya activado muchas minas antipersona. Ni siquiera las he visto en la realidad. Pero ¿quién no ha conocido una de esas minas por alguna película? No lo sé. En cualquier caso yo sí que las he visto.
Pues bien, este tipo de baldosas se asemejan a las minas antipersona porque actúan del mismo modo. Varias veces me ha pasado que voy tranquilamente por la calle en uno de esos días lluviosos. Quizás más pendiente de no pisar un charco que de ninguna otra cosa. Hay que reconocer que los días de lluvia, uno hace un sobreesfuerzo por mantener todos los sentidos activos. Un despiste en esas circunstancias puede ser definitivo. Y mientras va uno por la calle se topa con una de esas baldosas. No es que uno lo haga conscientemente, el encuentro es fortuito.
Y el encuentro se produce cuando pisas la baldosa. En ese momento es como si se congelara el tiempo. El pasado, el presente y el futuro se abrazan en apenas unas milésimas de segundo. Y cada tiempo tiene sus propias particularidades.
El pasado es inevitable. Te gustaría estar pisando en otro sitio, pero ya no hay vuelta atrás, ya no puedes decidir pisar otra baldosa. En el momento en que la has pisado ya no puedes hacer nada por evitarlo. Te dices a ti mismo que cómo has podido caer otra vez, pero los lamentos son estériles.
El presente es más duro aún, porque tomas consciencia de la situación: la mina está activada. A tu mente llegan calificativos y exclamaciones de lo más sugerentes. La más típica es: ¡mierda! Mientras cierras los ojos y encoges los hombros. Como si la simultaneidad de estos movimientos fuera a resolver algo.
Y el futuro es el que prevés: en el momento en el que el pie abandone el contacto con la superficie, el agua sucia de la calle que remansaba bajo la losa, saltará violentamente para pringarte los zapatos y el pantalón.
Las consecuencias dependerán de dos factores fundamentalmente: de la abundancia de metralla (es decir, de la cantidad de agua bajo la baldosa) y de la presión con que se realiza la pisada. Lo que normalmente suele suceder es siempre el caso más desfavorable: vas con prisas, pillas una baldosa con mucha agua y la pisas con fuerza, como cuando quieres matar una sucia cucaracha que deambula por tu baño.
Y por supuesto, nunca tendrás la suerte de estar cerca de casa para poder cambiarte de ropa.
sábado, 16 de enero de 2010
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