Esta semana tuve la oportunidad de acompañar a un amigo a Urgencias del Hospital Clínico.
¡Aquello fue una aventura!
Dicen que en los hospitales se conoce a la verdadera España. Estoy de acuerdo. Allí estábamos todos.
Paco, un buen hombre (entrado ya en años), que acompañaba a su madre (imagínate la edad que tendría). ¡Pero que delicia de pareja! Ese hombre sí que sabe lo que es una madre y lo que su madre hizo con él antaño. El cariño con que la trataba no lo he visto en muchos sitios. La delicadeza con la que le comprendía, era exquisita. A mi amigo, se le pasaban sus dolores de contemplar esa escena.
A su lado estaba un matrimonio, también entrado en años, a la espera de la famosa llamada del médico. Hoy día, no sé ve en muchos sitios manifestación más clara de fidelidad que la que allí se presentaba: sin ningún alarde, sin ningún extraordinario.
El Jhony (no sé cómo se llamaba, pero este nombre le va al pelo) era todo un crack. Échale treinta y cinco años, mazado hasta las orejas, camiseta negra ajustada, pelo rapado, ojos saltones y eso sí, un movimiento corporal de "colega" que no le abandonaba el esqueleto en todo momento. Grande el Jhony. Brindo por él, para que no se le vaya demasiado la pinza, porque el pobre iba camino de.
Cuando llevábamos unas horas, apareció por la puerta, o más bien tuvieron que abrirle la puerta, a nuestro amigo Pepe. Pepe es el típico gordo de 150 kilos que vive en una zona más bien humilde de Valencia. El pobre fuma más que come, así que no le llegaba el aliento a la palabra. Esperaba al cirujano de turno, para ver si le podía hacer unos apaños. Pintaba sangrienta la cosa.
Había más gente, pero se me acaba el tiempo y no puedo seguir escribiendo...
jueves, 29 de septiembre de 2011
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