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La mesa de las ocho patas

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  Andaba yo muy atento a la conversación con mi interlocutor, hasta que mi mirada se fijó en el cuadro que estaba en el paño de pared superior... Y en ese momento, comenzó una batalla mental contra el cuadro. ¿Por qué mi cerebro ingenieril se empeñaba en colocar la octava pata en el extremo?  Desde el punto de vista científico, es razonable pensar que esa mesa no tiene problemas de equilibrio. Siete patas bien repartidas a lo largo del tablero dan una estabilidad más que suficiente al dichoso mueble.   Es como si una lógica ilógica pretendiera imponerse: ahí falta una pata. Y mi imaginación insistía en pintarla, más allá de que al autor le pareciera bien. Pero también he de decir que, una parte de mí más liberal, salió de lo más profundo en defensa del artista. ¡Deja en paz la mesa, la pata y todo lo que la rodea!  Y así quedó la mesa. Con siete patas. Y un ingeniero liberado. 

Hacer memoria de los buenos momentos

El otro día acudí a la presentación de un libro de una conocida psiquiatra. En la entrada, además de caer en la cuenta de que tendría que haber confirmado la asistencia, coincidí con un amigo y su mujer. Estas coincidencias le alegran a uno la tarde, porque en un evento de este tipo, la compañía es un plus muy valorado.  Como el contexto era propicio, no sé muy bien a razón de qué, mi colega mencionó la importancia de hacer memoria de los buenos momentos. Que eso es muy sano para la salud mental y psicológica. Yo me acordé de los cinco consejos que da santo Tomás para recuperar la alegría y, sobre todo, conecté con la saludable sugerencia del aquinate: darse un buen baño en el mar. Mar que, aquí en la capital, desgraciadamente nos pilla un poco lejos... Pero volviendo al tema central, los dos entramos en sintonía al reconocer que -como buenos madridistas- la memoria está llena de momentos épicos que merecen ser recordados. Creo que no es necesario enunciar las sucesivas remontadas ...

La democratización de la climatización

Las olas de calor traen a nuestras vidas algo más que un aumento notable de la temperatura.  Junto con ese fenómeno climático, se inicia un proceso de democratización de la climatización de los espacios de trabajo, de la casa, etc. Bueno, eso en el caso de que haya democracia. Algunos se ajustan a los parámetros sostenibles que nuestro presidente del gobierno anunció hace un par de años. Y, bajo esa premisa, la temperatura del aire acondicionado durante estos meses tendría que ser de 27 grados. Mira que yo no soy caluroso, pero ¡a ver quién aguanta a 27 grados el verano de Madrid!  Como entiendo que la mayoría obviamos esas indicaciones, lo que sucede en el ámbito popular es de lo más problemático. Se supone que los 23º grados podría ser una temperatura razonable para el pueblo pero... Como en toda estadística, hay que tener en cuenta las "desviaciones típicas".  ¿Qué pasa con aquellos que lo que les gusta es trabajar y vivir en espacios criogénicos? 23 grados, para ellos...

Volver

¿Volver es lo mismo que estar de vuelta?  Sirva este pensée para recuperar este espacio de reflexión.  Quizá no de modo inmediato. Quizá sí. Las vueltas siempre guardan algo de misterio, así que mejor no programar y dejar que siga rodando la vuelta...